La Colección escultórica constituye un excelente ejemplo de esa tensión que ha presidido tradicionalmente la relación de las obras con su contexto y con el significado estético, social, comunicativo y funcional que poseían. Esta colección, singularmente enriquecida en torno al final de la década de los ochenta y el principio de los noventa, contiene, como toda colección, algunas ausencias notables y notorias, pero, en su conjunto, da una idea bastante acertada de la evolución escultórica española de este último medio siglo. Incluso, en orden a hacer justicia, se puede señalar que en pocas ocasiones una institución oficial ha sido tan receptiva a obras que, tanto por su carácter experimental como por la juventud de su autor, iban tan lejos en su interpretación del hecho tridimensional. MADRID-CHAMARTÍN El espejo de un viaje infinito. José Lucas (1989) Ola al ritmo de txalaparta. Torso. Elena Laverón (1984) MADRID-PUERTA DE ATOCHA Día y noche. Antonio López (2008) Reproducciones en bronce de la cabeza de una niña de tres metros de altura y más de dos mil kilos de peso cada una. El conjunto escultórico representa alegóricamente el día y la noche reflejando los ritmos y tiempos de una estación ferroviaria. Fue la primera obra escultórica de carácter monumental del reconocido artista español que se instalaba en un espacio público. El bautista o el orador. Juan Bordes (1989-90) El viajero. Eduardo Úrculo (1991) Homenaje al agente comercial. Francisco López Hernández (1998) Mi patria es una roca-el viento. Martín Chirino (1987)