El emperador de la China vivía en un hermoso palacio hecho todo de la porcelana más fina y frágil del mundo, con bellos jardines y las flores más exquisitas del orbe. También tenía una hija muy alegre y llena de vida llamada Chinchulina. Chinchulina era una niña algo tímida, pero en cuanto escuchaba música perdía su timidez y se ponía a balar por todo el palacio. Su alegría era tan contagiosa que hasta su padre, el emperador, se ponía a bailar con ella.