El terror se sufre, pero también se disfruta. Es un tipo de experiencia estética que nos confronta con nuestros límites y que, como todo aquello que nos hace ir más allá de lo que creemos aceptable, nos dice algo de nosotros mismos y de nuestro tiempo que no podríamos haber conocido de otra manera. Lo atractivo, y a veces necesario, de lo siniestro, lo raro, lo espeluznante, es que, al parecer, hace posible identificar, explicar, y en ocasiones disipar “la desmesura” de nuestros miedos particulares, de “domesticarlos” al asignarles un relato. Vivimos un momento en el que se instalan ausencias y nuevas presencias, reales e imaginarias, que conforman los enigmas de lo contemporáneo ¿Qué significan y qué representan? ¿Qué formas adoptan para representarse y ser explicados? ¿Pueden ciertas formas de encarnar “lo oculto” sacarnos del desconcierto y de la parálisis a los que nos condenan todos esos miedos para los que parecería que no hay palabras?