“La acción en un Madrid absurdo, brillante y hambriento”. Así comienza Luces de bohemia (1924), de Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), quien no solo creó el esperpento en su obra magistral, sino que inmortalizó aquella bohemia finisecular y de principios del siglo XX a través del noctámbulo peregrinaje del icónico Max Estrella, basado en el escritor maldito Alejandro Sawa (1862-1909), conocido en los cafés literarios madrileños como “el rey de los bohemios”. Henry Murger (1822-1861) introdujo el concepto de bohemia en su novela de autoficción Scènes de la vie de bohème (1847-1849). El término procedía de la región de Bohemia (actual República Checa) y hacía referencia a los cíngaros procedentes de dicho lugar que llevaban un estilo de vida alternativo. La denominación de bohemios fue adoptada por los artistas de aspecto desaliñado y llamativo que vivían ajenos a los convencionalismos burgueses y defendían otros valores. Murger decía en el prólogo que la bohemia solo existía en París y así comenzó la mitificación de la bohemia francesa, de la que es heredera la española. O, más bien, la bohemia parisina, de la que es copia la madrileña… Como si de una suerte de Quijote se tratara, tras Luces de bohemia no hubo más bohemia, como tras el hidalgo no hubo más novelas de caballerías. Con las esperpénticas andanzas de Max Estrella y el canalla de Don Latino se agotaron la vida bohemia, el café con media tostada y todos sus mitos. Y así, acabó etiquetada como “golfemia” y diluida en sus anécdotas. Pero, ¿qué había sido la bohemia hasta entonces? Tendemos a confundir escritores bohemios con obras sobre la bohemia, cuando las dos categorías no son indisolubles en un mismo individuo. Ya lo demostraba Pío Baroja (1872-1956), no simpatizante de un estilo de vida que condenaba y a la vez novelaba refiriéndose a los bohemios como una tribu de desharrapados tuberculosos, afirmando que “hay una Providencia protectora especial de los golfos y de los abandonados, lo que no impide que de vez en cuando los deje morirse de hambre para que aprendan” (Silvestre Paradox, 1901). En el otro bando, Emilio Carrere (1881-1947), con su poesía deudora de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, defendiendo la bohemia como “el alma abierta sobre las angustias de la carne y del espíritu, y una protesta contra esa agravación del dolor natural de la vida, que es el dolor social creado por el egoísmo y la estupidez” (La Esfera, 1915). Por otro lado, según el DRAE, la bohemia es “un modo de vida: que se aparta de las normas y convenciones sociales, como el atribuido a los artistas”. ¿Se entiende entonces que la bohemia sigue existiendo como una alternativa al modelo social con carácter atemporal? ¿Debemos hacer la definición extensiva a cualquier época? Este seminario aspira a poner encima de la mesa el debate sobre qué es y qué fue en realidad la bohemia; a distinguir artistas bohemios de obras que tratan sobre la bohemia (ya sea como defensa o crítica); a darle un carácter interdisciplinar buscando su relación con otros campos como el periodismo o la labor editorial; a estudiarla desde perspectivas tanto restrictivas como generales; a separar el halo de leyenda de la realidad y a desempolvar las cuantificables aportaciones de estos artistas que crearon su propia cultura y su lucha social, intentando determinar si conformaron realmente la base un movimiento o una generación literaria que se resignó a ser “el eslabón perdido”.